Renovación generacional

Cada vez que oigo la frase que da título a esta colaboración me pregunto si quienes hacen tal propuesta  se han fijado en la pirámides de edades española.
Diré lo que verían allí: al inicio de 2014, el 52,1% de la población era “teóricamente” dependiente (mayores de 64 y menores de 16 sobre el total), y, según el INE y bajo hipótesis muy razonables, esa proporción llegaría al 94,6% en 2049. Los nacimientos caerán en 2014 el 3,6% respecto a 2013 (sexto año consecutivo de caída). Dentro de 15 años en España residirán 11,3 millones de personas mayores de 64 años, 2,9 millones más que en la actualidad. Y esta cifra se incrementará hasta 15,8 millones dentro de 50 años. El grupo de edad más numeroso es en la actualidad el 35 a 39 años. En 2029 será el de 50 a 54  y en 2064 el de 85 a 89 años. Las cosas, bien se ve, no están como para “ofrecer” la jubilación obligatoria a los 63 años.
Y esa es otra, porque existe en España una gavilla de “jubiladores” dedicados -en la empresa privada y en el área pública- a echar gente a la jubilación descargando sobre la espalda de la Seguridad Social toneladas de pensiones destinadas a personas que, estando en perfectas condiciones físicas y mentales, no quieren jubilarse. Pondré un ejemplo sangrante: el de los médicos de los hospitales públicos, arrojados a la jubilación. En efecto, gestores sanitarios de muchas CC. Autónomas se han dedicado a prejubilar (uno creía que la jubilación era un derecho y no una obligación) a médicos veteranos sobrados de conocimientos para sustituirlos por otros más jóvenes, a quienes se les hacen contratos efímeros. Resultado: el servicio se deteriora privando a los enfermos de los cuidados que les suministraba gente competente mientras las finanzas de la Seguridad Social cargan con un indeseable coste.
Estos gestores creen hacer un gran favor a las arcas de la Comunidad Autónoma para la que trabajan y no quieren enterarse de que el Estado es uno y que sus decisiones no son otra cosa que deslealtad, consistente en echar costes propios sobre la espalda de otra parte del Estado.
Es preciso dictar normas que acaben con esta sangría y obliguen, por ejemplo, al “jubilador” a soportar los costes de sus caprichosas jubilaciones, para así hacer realidad que la jubilación sea un derecho, pero no una obligación.
En el campo político, a las sucesivas “renovaciones generacionales” habrá que oponer de una vez el criterio de la mayoría… y la mayoría ya somos los “viejos”. Al fin y al cabo, la juventud no es ninguna virtud sino una flor que pronto se marchita.

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