Encuestas de opinión

forges

Un contemporáneo de Laplace, Napoleón Bonaparte, dejó escrito lo siguiente: “La fatalidad es el resultado de un cálculo cuyos datos no conocemos en su totalidad”. En efecto, lo aleatorio nace del desconocimiento. Por seguir con un ejemplo sencillo, si tiramos un dado al aire, intuimos que, a priori, la probabilidad de que salga cualquiera de sus caras es un sexto, (1/6 = 16,666…%), mas, si supiéramos a priori: a) la posición del dado en la mano antes de arrojarlo, b) la velocidad con que se arroja el dado y c) el giro que va a tomar, estaríamos en condiciones de determinar físicamente cuál es la cara del hexágono que va a quedar arriba cuando el dado caiga sobre la mesa.
Y si desconocemos esos datos acerca de la tirada de un dado, ¿qué no ignoramos de fenómenos mucho más complejos? De ahí la utilidad de la Estadística como método para, al menos, acotar lo que puede ocurrir en un futuro que, por serlo, es desconocido.

Mas hay otro uso de la Estadística que no se refiere a lo que “probablemente” va a ocurrir sino a “estimar” lo que ocurre en un universo sin tener que medir las variables en todo ese universo, sino sólo en una parte del mismo. A ese método se le conoce como muestreo. Y esta práctica nos lleva directamente a las páginas de los periódicos. El IPC, la EPA, la estadística de salarios, la de presupuestos familiares… incluso las explotaciones censales se obtienen por muestreo. Dicho en otras palabras: no hay día en que no aparezcan en los medios de comunicación datos obtenidos por muestreo.
Se trata, como he dicho, de medir las variables de una parte de la población -parte generalmente pequeña- para estimar, bajo errores previamente fijados (errores de muestreo), las características de toda la población. Si la afijación de la muestra se hace correctamente (las técnicas de muestreo son hoy sofisticadas y fiables), el error de muestreo suele ser cuantitativamente despreciable frente a otros errores que se producen en la recogida de la información, entre los cuales destacan los errores de respuesta (engaño del entrevistado por ignorancia o mala fe).
En cualquier caso, conviene recordar que el muestreo aleatorio es el único que permite calcular los errores de muestreo.

¿Qué es una muestra aleatoria? Una muestra es aleatoria si, y sólo si, se conoce a priori la probabilidad que tiene cada unidad del universo de pertenecer a la muestra. Conocer a priori esa probabilidad no es cosa sencilla y en todo caso resulta, económicamente, caro. De ahí que muchos de los datos muestrales que nos llegan a través de los medios de comunicación no sean aleatorios. De hecho, de los múltiples muestreos que se realizan en España, puede asegurarse que, aparte de los trabajos muestrales realizados en el laboratorio (por químicos, físicos, biólogos…), prácticamente sólo el INE utiliza muestras aleatorias con objetivos sociales, vale decir: demográficos, sociológicos, económicos… Por otra parte, el INE apenas trabaja sobre opiniones ni sobre intenciones, sino sobre hechos. Dentro del Estado, las encuestas de opinión, incluidas las de intenciones electorales, están residenciadas, fundamentalmente, en el CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas) y el CIS no realiza muestras aleatorias.
Existen, por supuesto, técnicas muy depuradas en el diseño de encuestas no-aleatorias (rutas, cuotas, etc., etc.) que suelen arrojar buenas estimaciones, pero el problema no es ése. Con éstas o cualesquiera técnicas, la fiabilidad de las estimaciones se complica cuando se trata de obtener buenos resultados partiendo de opiniones o intenciones.
Las cosas no mejoran, sino todo lo contrario, si en lugar de enviar a la calle o a las casas a un entrevistador, la entrevista se realiza por teléfono, que es lo que ahora se hace más a menudo. La encuesta telefónica sale, desde luego, más barata, pero añade inconvenientes al proceso de recogida de la información. Para empezar, no todo el mundo tiene un teléfono fijo en su casa y, además, no existe, que yo sepa, un “listín” de teléfonos móviles. Por otro lado, rehusar contestar resulta más fácil por teléfono que en persona. En fin, que será más barato, pero también más inseguro.
Las encuestas preelectorales del CIS y, en general, todas las encuestas de este tipo, carecen de la condición de aleatorias y, por lo tanto –ya lo he dicho-, no se pueden calcular los errores de muestreo. Lo cual es ignorado sistemáticamente por las empresas demoscópicas que, con gran soltura de cuerpo, publican: “el error de muestreo de esta encuesta es del equis por ciento”. Un engaño doble, pues ni el error de muestreo se puede calcular ni la encuesta tiene solo un error de muestreo, pues en el caso de que se pudieran calcular los errores de muestreo, éstos hay que obtenerlos para cada “casilla” de los cuadros estadísticos. Por ejemplo, si se trata de estimar el porcentaje de votos que van a obtener los distintos partidos, no es el mismo error de muestreo el que se produce en un partido colocado en torno al 40% de los votos válidos (pongamos el PP o el PSOE) que en otro cuyo porcentaje es del 5% (pongamos IU).
Yo veo una doble intención en la publicación de esos falsos errores de muestreo: la de darse “aires científicos” y, de paso, confundir al personal. Pero no es eso lo más relevante ni acaba ahí la cosa.

Cualquier encuesta de opinión o de intención electoral se ve muy seriamente amenazada por los errores de respuesta. Ya se sabe que buena parte de los españoles se atiene a la vieja conseja según la cual “al que quiere saber, poco y al revés”. En estas condiciones, si se solicita a un ciudadano que desvele el secreto de su voto, la tentación de engañar se acrecienta. Esto lo saben bien quienes se dedican a este negocio, por eso casi nunca publican los datos directamente obtenidos, sino que éstos se manejan mediante criterios opináticos, normalmente basados en el buen olfato con el cual la experiencia ha dotado al analista y en el recuerdo de voto. ¿A quién votó usted en las elecciones pasadas? suele ser la pregunta. Como se conoce el resultado de esas elecciones, se sabe en cuánto están engañando los encuestados al contestar a esa pregunta, y el “analista” pretende, a partir de ahí, “sacar, de mentira, verdad”, pero nunca nos dice cómo lo hace, con lo cual se le hurtan al usuario las tripas del manejo. En cualquier caso, baste con saber que ese proceso de “estimación” recibe dentro del gremio el clarificador nombre de “cocina”.

A estas alturas del relato ya se habrá entendido hasta qué punto estamos ante un asunto tan dudoso como espeso, pero hay dos inris  más.
En los mentideros se asegura que las distintas empresas, antes de sacar a la luz las encuestas definitivas, es decir, aquéllas que se publican el domingo anterior al de la elección, se consultan entre ellas. Al parecer, prefieren equivocarse juntas a arriesgarse por separado, pues ya se sabe que “el mal de muchos”… no deja de ser un consuelo.
Las empresas demoscópicas tienen “descontados” los fiascos en los que incurren, pero eso no les impide vendernos el producto, incluso durante el mismo día electoral, y en el caso de fallar escandalosamente en sus previsiones al día siguiente de la cita electoral, los demoscópicos entran en hibernación. Desaparecen del mapa, huyen de la quema, esconden sus vergüenzas hasta que el supuesto olvido del público les permite emerger cual la Venus de Boticelli, desnudos y hermosos… como si nunca hubieran roto un plato.

Tengo para mí que la proliferación de encuestas de opinión tiene su base en la eterna tensión entre opinión e información que soportan los medios. Lucha que se va decantando, desgraciadamente, a favor de la opinión. En cuanto a las encuestas de intención electoral, son, a mi juicio, dos factores los que impulsan su producción: 1) el afán de “adelantar acontecimientos”, síndrome periodístico por antonomasia, y 2) las ganas de influir en los resultados (cosa esta última que todos los medios niegan, claro está).
¿Pero influyen estas encuestas en los resultados electorales? En rigor, esta pregunta carece de respuesta, ya que no puede ser sometida a ninguna prueba que la demuestre o la refute.
Lo peor de este triunfo de la “opinión” en perjuicio de la información radica en que subliminalmente se está imponiendo la aberración según la cual importan más las opiniones sobre los hechos que los hechos mismos. Ello ahorra trabajo a los medios, que debieran sentirse obligados a investigar la verdad, pero, claro está, es más cómodo y menos arriesgado quedarse en la mera publicación de las opiniones de unos u otros en torno a la realidad que analizar esa realidad.

Responder a Gustavo Tamayo CastilloCancelar respuesta

5 ideas sobre “Encuestas de opinión”