España sin niños

 

 

La caída alarmante de la fecundidad en Europa se produjo cuando las generaciones de mujeres nacidas hacia 1930 llegaron a la edad fértil y dispusieron de métodos anticonceptivos seguros. Hasta entonces era preciso un acto de voluntad para no tener un hijo, pero a partir de ahí (segunda mitad de los años sesenta) el acto de voluntad fue para tenerlo. Se pasó del hijo por omisión al hijo por acción.

Las sociedades europeas decidieron, en efecto, reducir su descendencia, pero mientras en países como Suecia (con la mayoría de los niños nacidos fuera del matrimonio) o Francia la fecundidad repuntó más tarde (ahora está en 1,6 hijos por mujer), en España siguió cayendo en picado y hoy se mantiene en niveles muy bajos (1,3 hijos por mujer). Los demógrafos estiman que si ese indicador baja de 2,03 hijos por mujer la población disminuirá.

Ese hundimiento de la fecundidad española ha traído como consecuencia un crecimiento acelerado del envejecimiento (personas de 65 años y más sobre el total de la población) que a finales de 2013 era de 26,7%, con una tasa de dependencia (menores de 16 años y mayores de 65 sobre la población total) del 51,0%. Datos muy preocupantes, que amenazan con seguir creciendo.

Frente a tan baja fecundidad, las mujeres españolas muestran en las encuestas su deseo de tener más hijos (a 9 de cada 10 mujeres españolas les gustaría tener al menos dos hijos). Siendo verdad que el trabajo de las mujeres fuera de casa estuvo detrás de la caída de la fecundidad, hoy existe constancia empírica de tres cosas: 1) cuando el reparto de las tareas caseras es más equitativo entre hombres y mujeres la fecundidad vuelve a crecer (los varones que viven con una pareja dedicaban en 2010 2,3 horas diarias a tareas domésticas frente a las 4,3 que dedicaban las mujeres) ; 2) los altos niveles de paro deprimen la fecundidad; 3)la inestabilidad de las parejas influye notablemente en la fecundidad (a mayor estabilidad mayor fecundidad).

Si se quiere hacer algo ante este problema habrá que comenzar por conseguir la equidad en el reparto de las tareas domésticas y bajar el paro.

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