Ir a China para «orientarse»

El “milagro” chino se ha basado en dos pilares: el ahorro privado y la expansión del crédito. Los chinos ahorran mucho y lo hacen por necesidad, pues en aquel régimen comunista la red de asistencia social es muy limitada, en comparación con otros países asiáticos de desarrollo similar. Los servicios de asistencia son de  muy baja calidad y por eso los chinos tienen que ahorrar de cara al futuro: una necesidad especialmente perentoria para los ciento cincuenta millones de emigrantes rurales que carecen de hukou (permiso de residencia urbana) y no pueden esperar ayudas en materia de vivienda, educación y sanidad por parte de los gobiernos de las localidades donde trabajan. En esas condiciones, no es de extrañar que en 2017 el consumo siguiese contribuyendo con sólo el 39% al PIB.

La otra pata es el crédito. Ya a finales de 2016 la deuda total de China suponía un 255% del PIB y a finales de 2017 superó el 300%.

El especialista español Julio Aramberri comentaba no hace mucho un libro del economista británico George Magnus, quien tuvo el mérito de haber anunciado ya en 2006 el derrumbe que llegó dos años después. Según Magnus, lo más preocupante en China es la “intensidad crediticia”, es decir, el volumen de crédito para generar un crecimiento del 1% del PIB se ha multiplicado por cinco entre 2007-2008 y 2015-2016. Para Magnus, esa espiral ha sido causada por la política del Gobierno, empeñado en mantener el protagonismo del sector público.

Las empresas públicas chinas comprimen el sector privado limitando la libertad de acción por medio de inversiones minoritarias en el capital de muchas empresas y la exigencia de que todas, incluidas las extranjeras, cuenten con células comunistas en sus órganos de dirección.

Por otro lado, las reservas exteriores cayeron de cuatro (en 2014) a tres billones en 2016 y ahí siguen. En el fondo está el rápido crecimiento de la deuda exterior, que anuncia una devaluación del tipo de cambio, la huida de capitales, o a ambas cosas a la vez. Magnus opina que sin encontrar una solución al problema de la deuda, el Gobierno chino no podrá mantener estables a la vez el tipo de cambio y sus reservas exteriores.

Las dificultades y los actuales desafíos son, en opinión del Gobierno, superables, y para ello está tomando varias iniciativas. Una de ellas es la Nueva Ruta de la Seda, un gigantesco proyecto de conectividad que incluye comercio, coordinación de políticas, nuevos proyectos en infraestructuras (trenes de alta velocidad, puertos inteligentes, aeropuertos, centrales energéticas, oleoductos) y redes de telecomunicación.

En el fondo, el problema político lo va a tener el Partido Comunista en la deriva ideológica de las crecientes capas medias. El futuro de China vendrá determinado por la fricción entre economía y política, entre Partido y sociedad, entre las élites de capitalistas rojos y las clases medias frustradas en sus expectativas de una vida mejor. Y, como suele ser habitual, todo girará en torno a las pérdidas y ganancias con las cuales los diferentes grupos sociales tendrán que pechar. El desenlace no será necesariamente feliz.

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