“La independencia judicial
es algo sacrosanto para un
magistrado”
Pascual Sala
Cuando Enrique Plantagenet, rey de Inglaterra y esposo de Leonor de Aquitania, nombró arzobispo de Canterbury a Thomas Becket, hasta entonces su compañero de cacerías y de juergas, éste le advirtió: “Pronto me odiaréis tanto como ahora me amáis, pues os atribuís una autoridad sobre la Iglesia que yo no acepto… y habré de elegir entre ofender a Dios o al Rey”. En efecto, tras duros enfrentamientos entre ambos, cuatro nobles armados abordaron al arzobispo en el atrio de su catedral y, aunque el clérigo se defendió con la espada, los sicarios del rey acabaron allí con su vida.
En 1535, Enrique VIII repetiría el caso haciendo decapitar a Thomas Moro, a quien él mismo había nombrado Lord Canciller. Moro no se avino a los manejos del rey en la creación de la Iglesia Anglicana y eso fue lo que le llevó primero a la Torre de Londres, luego a un juicio amañado y finalmente al cadalso.
Ninguno de los seis magistrados del Tribunal Constitucional español (TC) que, con tanta “independencia”, han votado a favor de la legalización de Bildu se llama Tomás… y la verdad es se nota.
Aquellos tomases, Becket y Moro, defendieron unos principios y con ellos defendían también su propia dignidad, jugándose –y perdiendo- sus vidas. No sé si los del TC defendían principios o simplemente ideologías políticas (que deberían haber dejado colgadas en la puerta de entrada del Tribunal el día en que tomaron posesión de su cargo). Y si no es así, si no obedecen órdenes de los partidos ni se dejan influir por ideología alguna, ¿por qué siempre votan juntos ante asuntos harto dispares?
No se trata de pedir heroicidades a nadie, se trata tan solo de reclamar lealtad hacia la Constitución y hacia las leyes, y nadie pondrá en duda que la sentencia de marras se ha cargado de facto la Ley de Partidos (norma que ha resultado eficacísima contra el terrorismo), aparte de haberle torcido la mano al Supremo negando que éste haya valorado bien las pruebas… Pero es que el TC no es un tribunal de casación y si no lo es no puede entrar a mirar y opinar sobre las pruebas admitidas por otro Tribunal y si entra en eso como lo ha hecho ahora el TC, se ha extralimitado en sus funciones. Un TC que ya no se sabe lo que es, pero que se coloca a menudo por encima del Tribunal Supremo, como si fuera – que no lo es – una última instancia