La mano y la herida

 

Durante la noche del 20 de noviembre de 2011 la dirección del PSOE no asumió responsabilidad alguna en el catastrófico resultado obtenido en las elecciones generales celebradas ese día. Despachó aquellas pérdidas millonarias de electores (un descenso de 4.350.000 votos y 59 diputados menos que en 2008) con estas “explicaciones”: “No hemos sabido explicar bien las medidas que el Gobierno se ha visto obligado a tomar”, o “El PP apenas ha recogido votos que fueron socialistas en 2008”.

Una semana después, Metroscopia demostraba en El País que las “explicaciones” de la derrota desgranadas por la Ejecutiva eran falsas.

¿Adónde fueron a parar los 4.350.000 electores que votaron al PSOE en 2008 y que no lo votaron en 2011? Según estos análisis, la mayor parte (1.200.000 votantes) eligieron el PP, 700.000 a IU, 450.000 a UPyD y el resto la abstención, blancos, nulos y otras opciones menores.

En lugar de tomar nota de lo ocurrido, el PSOE –urgido, al parecer, por la obsesión mediática y también por “el ruido y la furia” desatados en las calles a causa de la crisis- ha pretendido presentarse ante la ciudadanía como un partido sin memoria, como si no tuviera nada que ver con el Gobierno (2004-2009). Queriendo, además, hacer creer que todos los males de la patria (recortes y otros destrozos) eran responsabilidad exclusiva de “la malvada derecha”.

La curva electoral descendente no cambiará de signo ni con operaciones cosméticas de imagen, ni subiéndose al carro de las protestas, ni incurriendo en vaivenes oportunistas, ni perdiendo el tiempo en personalismos sino recuperando la vocación de partido mayoritario. Es decir, un partido que aspira a gobernar. Para lo cual lo primero que necesita el PSOE es emitir un discurso adecuado a tal fin. Un discurso racional y firme que deje muy claro ante los ciudadanos que el principal objetivo del PSOE es la defensa de la Constitución y el bienestar de los españoles. También un discurso -el que siempre tuvo- acerca de la Unidad de España que dé cuenta de su firmeza a la hora de oponerse a cualquier estrategia separatista.

En cuanto al grano catalán que le ha salido al PSOE, conviene recordar que a partir de su deriva nacionalista -que inició Maragall y continuó Montilla (1999-2012)- el PSC ha bajado de 53 a 20 diputados y perdido más de la mitad de los votos que tenía en 1999. Sólo este argumento sería más que suficiente para cambiar de rumbo y abandonar las veleidades nacionalistas, pero no es sólo eso. Si el PSOE sigue pensando en paños calientes (propuesta federalista que nadie entiende o un diálogo en el que los separatistas hablan y los demás escuchan), el PSC seguirá perdiendo apoyos en Cataluña y el PSOE los perderá, a chorros, en el resto de España.

Es cierto que dentro del PSOE existe una querencia según la cual cuando pintan malas hay que girar hacia la izquierda. Pero esto es siempre un error, porque los votos (los perdidos o los que hay que ganar) ya hemos visto que no están ahí. Para atraerlos es preciso ganarse la credibilidad en el espectro más amplio posible del electorado, que para ocurrencias izquierdistas y refundar la III Internacional ya está IU. En resumen, que antes de llevar la mano a ella, hay que saber dónde está la herida.

En otras palabras: entre las emociones (sean éstas la rabia callejera, el odio al “enemigo” de los nacionalistas y las malas intenciones de la derecha deudora del franquismo) y la razón que utiliza la socialdemocracia más clásica, no se puede escoger la emoción, pasajera o permanente, sino la razón como producto de una serena reflexión. Una recomendación final, la de mi abuela: “Vísteme despacio, que tengo prisa”.

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