Los tácticos creen a pie juntillas que en política todas las decisiones son reversibles. Por eso son tan versátiles, tan inconstantes en sus opiniones y tan optimistas. Lo malo es que su fe poco tiene que ver con la realidad. A esa concepción de la política se ha unido en el caso de Rodríguez Zapatero otra creencia según la cual “España no está cuajada” –así lo expresó a través de su biógrafo Suso del Toro (“Madera de Zapatero”)-. En tales condiciones, el primer objetivo que se propuso alcanzar el recién elegido Presidente era obvio: “cuajar España”, para lo cual se buscó a quienes más gustaba la “cuajada”, los nacionalistas periféricos de cualquier condición… y así, mientras todas las voces sensatas del país pedían (y piden) un consenso PP-PSOE para fijar límites a las desmesuras territoriales, Zapatero metía al PSOE en el baile estatutario a cuyo exitoso fin asistiremos el próximo 28 de noviembre, cuando demos el adiós definitivo al Tripartito catalán. Un empastre político, este Tripartito, que se ha dedicado a fabricar todo tipo de enredos y problemas, ya fuera a cuento del Estatuto ya fuera sin venir a cuento… En fin, que los “gobiernos de progreso”, es decir, la unión de socialistas con independentistas como los del Bloque en Galicia o ERC en Cataluña, han concluido en desastres tanto electorales como ideológicos. Experiencia que debería servir para tener por archidemostrado que con esas gentes el PSOE no puede ir ni a misa. Conclusión, esta última, que ha de darse por irreversible incluso a ojos de los tácticos que hoy nos mandan. Y en esas lamentaciones estábamos cuando hubo que pactar los Presupuestos para 2011. Perdida toda esperanza de hacerlo con CiU, que en vísperas electorales catalanas no podía mover pieza, y abandonadas desde mayo de 2010 las veleidades izquierdosas, la única cuerda a la que agarrarse era la del PNV (aparte del pequeño cabo aportado por Coalición Canaria). Un acuerdo coronado con éxito el viernes 15 de octubre, fiesta de Santa Teresa… y que, más allá de lo que haya dicho o diga el PP, suscita serias dudas bíblicas en lo que se refiere al trueque de la primogenitura (veinte traspasos… y algo más) por un plato de lentejas (mantenerse en La Moncloa). Aparte, claro está, del trágala que representan para todos los españoles las consabidas demandas territoriales por parte de las minorías. Demandas que nada tienen que ver con lo que se está discutiendo, es decir, con los Presupuestos Generales del Estado. Un juego ventajista o, en términos económicos, un “abuso de posición dominante”. Abuso prohibido por las leyes en los mercados económicos, pero no –ya se ve- en el mercadeo político. Y aquí viene la primera pregunta: ¿cómo acabar con el lamentable espectáculo que consiste en ver a los partidos mayoritarios humillados por quienes no suman ni el 2% de los votos emitidos en 2008? Y la respuesta es obvia: eliminando la sobrerrepresentación que obtienen quienes concentran sus votos en pocas circunscripciones. Es decir, reformando la ley electoral. Por otra parte, nadie podrá negar que el acuerdo del Gobierno con el PNV deja a Patxi López con las posaderas al viento, siendo como ha sido ésa (la de poner al PNV en la oposición) la mejor decisión que haya tomado el PSOE en los últimos años. Pero más allá de los equilibrios en Vitoria –incluso sin entrar a explicar: a) por qué esos veinte traspasos de competencias acordados ahora fueron rechazados sistemáticamente por todos los Gobiernos de España durante más de treinta años y b) los cambios de nombre de las tres provincias, los dineros para inversiones, etc., etc.-, más allá de todo eso, la peor noticia del acuerdo ha sido constatar que la burra vuelve al trigo. Lo ha señalado un feliz y sonriente Íñigo Urkullu en la rueda de prensa que dieron los líderes del PNV en la Casa de Sabino en Bilbao: “es un paso definitivo para el cierre completo del Estatuto de Guernica”… es decir –me malicio- que a partir de ahora dedicarán sus actividades a preparar el próximo asalto y, de paso, intentarán (¿de la mano de Zapatero?) “profundizar en la normalización política dentro de un proceso de pacificación”. O sea, que según el sonriente PNV, los españoles tendremos que pagar peaje político por la “pacificación”, es decir, por la desaparición de ETA. Ya nos lo había descrito con espeluznante claridad Arzallus: “Ellos (los de ETA) sacuden el nogal y nosotros (los del PNV) recogemos las nueces”. Y el resto de los españoles, ¿mirando impasibles cómo se destroza el Estado? Pero, ¿qué izquierda es ésta a la que no le importa debilitar al Estado hasta la anemia? Pero no será ésta la última pregunta que suscita el acuerdo, nos queda hacernos la madre de todas las preguntas: ¿Qué hubiera hecho el PP ante una situación parlamentaria como la que ahora soporta Zapatero? Pues, vistos los antecedentes, uno tiene derecho a pensar que el PP hubiera hecho lo mismo. Un pesimismo que quien esto firma comparte con la mayoría de los españoles.