Muy pocos políticos son capaces, una vez alcanzado el poder, de resistirse a la tentación y no pensar y, lo que es más meritorio, no expresar urbi et orbe: “Yo, o el caos”.
En 1969, el General De Gaulle, Presidente entonces de la República francesa, echó –una vez más- el órdago del “Yo, o el caos”, planteando a sus conciudadanos un referéndum bastante intrascendente… y los franceses debieron de pensar que ya estaba bien de envites y votaron no, eligiendo el caos. De Gaulle se marchó de la política, que es lo que hacen los demócratas cuando plantean un referéndum y lo pierden. Alguien debiera recordarle estas buenas prácticas al venezolano señor Chávez.
Pero existe otra visión del “Yo, o el caos” y ésta sí que está haciendo fortuna entre los españoles. Consiste en demonizar al adversario. Según estas ideas perversas, los del PSOE son incompetentes, pro-etarras y comecuras y los del PP son fachas, insolidarios, pro-yanquis y enemigos de la Humanidad.
Ambos pensamientos sectarios son absolutamente falsos, pero poco importa mientras el mecanismo engañador funcione, provocando en la vida política española un encierro de la inmensa mayoría del electorado en dos jaulas estancas de las que no se puede salir. Por un lado, la jaula de la derecha y por otro la de la izquierda. Por eso en España, según nos dicen las encuestas, sólo un muy escaso porcentaje de electores está dispuesto a cambiar de caballo a la hora de acercarse a las urnas.
Cuando converso, en los últimos tiempos, con gentes pro-socialistas solemos acabar preguntándonos qué va a pasar el 9 de marzo. Después de haber abierto sin previa reflexión y sin consenso el melón autonómico, después de tanta ocurrencia y de tanta contradicción… tenemos dudas y es entonces cuando alguien levanta la voz para decir “no quiero ni pensar que vuelva al Gobierno la derecha”.
“¡Que viene la derecha!” parece ser la consigna más útil para ZP. “Yo, o el caos”, otra vez.
¿Es éste el gran argumento con el que se nos llama a votar al PSOE? Pues si es así, la cosa resulta -intelectual, ideológica y políticamente- triste, pobre y deprimente.