Un pacto, cualquier pacto, precisa de algunas condiciones previas: que exista una necesidad por encima de “los pactantes”, una confianza mutua y alguna expectativa de beneficio por ambas partes, pero, dadas las circunstancias por las que atravesamos en España, esas pre-condiciones no se dan. Lo ha demostrado, una vez más, el fracaso del acuerdo educativo liderado por Ángel Gabilondo… y que era tan necesario, porque es preciso parar la máquina legislativa para darle al sistema, al menos, un poco de tranquilidad y de estabilidad, lo cual implicaba un pacto de Estado que mantuviera las cosas en paz durante, pongamos, veinte años.
Los vaivenes políticos que se han llamado sucesivamente LOGSE, LOCE, LOE han llevado a resultados prácticos que se resumen en una palabra: fracaso, como demuestran con tenaz contundencia los sucesivos informes PISA: fracaso escolar apabullante (el 30% de los alumnos de la ESO ni acaba esos estudios ni pasa a formación profesional), sólo el 27% de los alumnos de medias cursa enseñanzas técnicas etc. etc. Todo ello conduce, en primer lugar, al despilfarro (cada alumno de medias le cuesta al Estado, es decir, a los contribuyentes, 6.000 euros anuales). Por no hablar de las 77 universidades españolas. Campus cuyo número –si nadie lo remedia- puede llegar a superar al de las estaciones de RENFE… y tanta abundancia, ¿para qué? Ninguna de las universidades españolas aparece entre las 150 mejores del mundo. Unas universidades que vienen generando una enorme cantidad de graduados, con un coste para el erario público por alumno matriculado de 8.000 euros anuales. Número de licenciados que multiplica por más de tres el de egresados en todas las formaciones profesionales… Y, mientras tanto, los ideólogos dedicados a estos menesteres siguen discutiendo sobre si la prioridad es “crear ciudadanos” o es “enseñar con eficiencia”, como si ambas cosas fueran contradictorias. Ya lo escribió, hace muchos años, Hanna Arendt: “Debemos separar de una manera concluyente las esfera de la educación del ámbito político” y creo que eso era, precisamente, lo que pretendía Gabilondo. Lo siento por él… y por mis nietos.