Sonó el timbre, me acerqué y abrí. El hombre -que estaría algo por encima de los treinta años- tapaba la puerta con su corpachón. Pronunció mi nombre con acento argentino. “Sí, te estaba esperando”, dije yo, y le hice pasar.
Su estatura no distaba mucho de los dos metros. Ancho de espaldas y -dada su envergadura y su vientre dilatado- calculé que no bajaría de los ciento treinta kilos. Era pelirrojo, pecoso y en el labio superior lucía un poblado bigote.
-Te agradezco muy de veras que me hayas acogido en tu casa –dijo al darme la mano-. Llámame Jorge –solicitó- aunque, no te voy a mentir, ése no es mi verdadero nombre. Ya te habrán dicho los camaradas que sólo permaneceré en Madrid cuatro días… y apenas saldré de casa.
-Le diré a la chica que viene a limpiar que eres un estadístico argentino que está haciendo una tesis doctoral en la Universidad de Madrid, ¿te parece bien? –le propuse.
-Mientras ella no me haga un examen de Estadística, de acuerdo –se avino Jorge.
Quien me había pedido que lo acogiera en mi casa era uno de los jóvenes que habían liquidado el FLP, recreando poco después la IV Internacional, la que había puesto en marcha Trotsky poco antes de que un piolet en manos de Ramón Mercader lo enviara al otro mundo en aquel chalet-fortaleza de Coyoacán, donde la familia de León Davidovich, el creador del Ejército rojo, se había refugiado bajo el hospitalario Gobierno mexicano de Lázaro Cárdenas.
Quien me había enviado al huésped argentino era uno de los universitarios que nos habían negado el pan y la sal y nos habían echado de nuestro propio partido, al que poco después enterraron… pero seguían pidiéndonos favores… y lo que es más sorprendente, los tipos como yo –tan reformistas según ellos- se los hacíamos. Por eso estaba en mi casa de Aluche aquel gigante pelirrojo colgando en el armario del cuarto de invitados la ropa que llevaba en su maletín de mano. Un maletín a todas luces más voluminoso de lo que requería su escasa indumentaria.
-Si te parece bien, la chica que se ocupa de la casa te lavará y planchará la ropa –le ofrecí.
-Pues te doy las gracias otra vez –dijo, dándose la vuelta y mirándome-. La verdad es que ya iba necesitando un buen lavado y un repaso.
No creo que aquel hombre hubiera aprendido ni a freír un huevo, así que hube de encargarme de su manutención cocinando para los dos o dejándole la comida hecha cuando yo no comía o no cenaba en casa. Jorge tenía una conversación variada y encantadora. Lo mismo hablaba de China que de Uruguay o de Chile y lo hacía con gracia y conocimiento.
Para mi sorpresa, no parecía interesarle hablar de política y, si lo hacía, era para contar anécdotas de Perón, de Fidel Castro e incluso de Ho Chi Min, a quienes –aunque no lo dijo- parecía conocer. “De España me interesan más las minas, las nativas y las de importación, que la política”, añadió, rijoso y sonriente.
Cumplió su promesa y, pasados los cuatro días, se marchó. Me ofrecí para acompañarlo al aeropuerto en mi seiscientos recién comprado, pero prefirió tomar un taxi. Cuando llegó la despedida, me abrazó, me agradeció el acogimiento y me deseó lo mejor. Cuando, a mi vez, le deseé buena suerte, me miró serio y dijo: “La voy a necesitar”.
Tiempo después, estando yo viviendo en Chile, concretamente el 11 de julio de 1973, un Boeing 707 de la compañía brasileña Varig, que debía volar de París a Bruselas, se estrelló cinco minutos después de haber despegado de Orly. En el accidente, del que toda la prensa se hizo eco, murieron 123 de sus 134 pasajeros. Leí aquella noticia como cualquiera otra desgracia de la que uno se entera, desgraciadamente, a diario por los periódicos, pero unos días después llamó mi atención un suelto cuyo texto era el siguiente:
“Entre las víctimas del accidente de Varig, acaecido hace cuatro días cerca de Orly, se encontraba José Baxter, “El Gordo”, líder del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), el grupo guerrillero argentino de inspiración trotskista, buscado por la policía en medio continente latinoamericano. La policía supone que era él quien transportaba tres millones de dólares en un maletín de doble fondo que se ha encontrado entre los restos del avión”.
La foto que acompañaba el suelto no dejaba lugar a dudas: aquel José Baxter era Jorge (“aunque no te voy a engañar, ése no es mi verdadero nombre”).
¿Pero quién era José Baxter, aparte de líder del ERP? Su historia militante había comenzado diez años antes de su muerte, el 29 de agosto de 1963, dentro de un grupo nacionalista argentino llamado Tacuara, en el que Baxter militaba siendo aún estudiante de Derecho. Estudios que compatibilizaba con su trabajo en la compañía de Teléfonos del Estado. Aquel día, “El Gordo” participó en un sonado asalto al Policlínico bancario en la Plaza de Irlanda en Buenos Aires. Un atraco –en el que hubo dos muertos- que se llamó Operación Rosaura y representó el bautizo de fuego de una guerrilla urbana cuyas consecuencias a largo plazo habrían de ser especialmente duras.
Tacuara era un movimiento juvenil de ideología nacionalista, católica, antidemocrática y antisemita, más cercana a Mussolini que a Lenin. Pero José Baxter, de origen irlandés e hijo de un capataz de latifundio, pronto habría de cambiar de caballo. Conoció a Raúl Sendic en el exilio uruguayo al que se vio abocado tras el atraco del Policlínico y, según parece, lo acompañó en la fundación de los Tupamaros. En mayo de 1968 residía en París y allí se vinculó con Roberto Mario Santucho hasta fundar con él el Ejército Revolucionario del Pueblo. Cuando yo lo conocí en Madrid ya estaba en la escisión del ERP que recibió el nombre de Fracción Roja y que había ingresado en la IV Internacional trotskista.
Según se cuenta –y no se sabe cuánto hay de verdad y cuánto hay de leyenda-, Baxter realizó durante los últimos diez años de su vida un periplo increíble, entrevistándose con Perón en Madrid, con Nasser en El Cairo, con Ben Bella en Argelia, con Joao Goulart en Uruguay… Aprovechando su aspecto británico se disfrazó de militar y se coló en el club de oficiales norteamericanos en Saigón, donde dejó un artefacto explosivo… con consecuencias fáciles de imaginar. Por ello recibió, al parecer, una medalla de manos de Ho-Chi-Min.
Tras el mayo francés de 1968 había viajado a Cuba con Ruth, su compañera boliviana, de quien nacería su hija Mariana, y allí se le vio vestir el uniforme verde oliva de los oficiales cubanos…Y aún tuvo tiempo para dedicarse a cortejar –durante alguno de sus viajes a Madrid- a Ava Gardner, con quien tuvo, al parecer, una fugaz relación amorosa. Cualquiera que sea la opinión que se tenga acerca de las apretadas andanzas de José Baxter, será fácil convenir en que es ésta última la única de sus aventuras que a la postre resulta envidiable.
En cualquier caso, concluir que Baxter fue un aventurero político o un terrorista sería una simplificación. Tiendo a pensar que Baxter, como otros muchos, fue el fruto juvenil de una efervescencia, de unas prisas revolucionarias que acabaron por quemarse en aquel fuego revolucionario que ellos pretendieron encender. Un juego peligroso que acabó en tragedia, una tragedia llena de llanto, de torturas y de muerte.
Los restos de José Baxter descansan hoy en el Cementerio de los Ingleses de la capital rioplatense. Quizá el último once de julio alguien haya colocado sobre su tumba alguna flor.