Sonó el timbre, me acerqué y abrí. El hombre -que estaría algo por encima de los treinta años- tapaba la puerta con su corpachón. Pronunció mi nombre con acento argentino. “Sí, te estaba esperando”, dije yo, y le hice pasar. Su estatura no distaba mucho de los dos metros. Ancho de espaldas y -dada su envergadura y su vientre dilatado- calculé que no bajaría de los ciento treinta kilos. Era pelirrojo, pecoso y en el labio superior lucía un poblado bigote. -Te agradezco muy de veras que me hayas acogido en tu casa –dijo al darme la mano-. Llámame Jorge –solicitó- aunque, no te voy a mentir, ése no es mi verdadero nombre. Ya te habrán dicho los camaradas que sólo permaneceré en Madrid cuatro días… y apenas saldré de casa. -Le diré […]
Archivos diarios: 12 septiembre, 2007
1 entrada