En la entrada de Madrid, a pocos metros de donde, en noviembre de 1936, los soldados republicanos y las Brigadas Internacionales les pararon los pies a las tropas franquistas impidiendo que entraran en la ciudad, precisamente allí, levantó Franco su arco del triunfo, que sigue conmemorando el éxito militar del totalitarismo sobre la democracia. Un recuerdo insultante.
El arco está coronado por una cuadriga y contiene dos inscripciones en latín, en una de ellas, referida a la Universidad, la misma que con tanta inquina bombardearon los franquistas en el citado otoño, se lee: “Edificada por la munificencia real, restaurada por el conductor de los españoles, la casa de los estudios matritenses floreció bajo la mirada de Dios”. La otra inscripción es, en efecto, victoriosa: “Armis Hic Victricibus, Mens Jugiter Victura, Monumentum Hoc, DDD”, lo que en castellano se lee así: “A las armas victoriosas, espíritu que siempre ha de vivir, da y dedica este monumento”.
En efecto, el espíritu inmortal de aquellas armas victoriosas, incluidos la Legión Cóndor y el ejército expedicionario mussoliniano, sigue en Madrid, tan ricamente.