El 30 de marzo de 2006, día en el cual se votó en el Congreso el nuevo Estatuto catalán, un conocido y veterano diputado del PP se acercó a mi en la Carrera de San Jerónimo y hablándome muy quedo dijo: “Nuestro líder enloqueció durante su segunda legislatura, pero el vuestro llegó ya loco”. No creo que Aznar ni Zapatero sufran enfermedad mental alguna y, sin embargo, las palabras de aquel diputado me parecieron muy puestas en razón. ¿ Por qué?
La respuesta la he hallado leyendo un libro de David Owen titulado “En el poder y en la enfermedad”. El autor define allí un síndrome, al parecer, frecuente entre los poderosos: la hybris.
No se trata de un término médico. Proviene de los griegos, concretamente de Platón (“Fedro”) que lo describe así: “Un deseo que arrastrándonos hacia ciertos placeres nos gobierna”. Aristóteles en su “Retórica” lo matiza: “el placer que se busca en un acto de hybris consiste en mostrar a los demás nuestra superioridad”.
Owen enumera una serie de síntomas que evidencian la existencia de hybris en los líderes políticos:
- Obsesión por la propia imagen.
- Tendencia a ver el mundo como un escenario donde exhibir su gloria personal y no un lugar lleno de problemas que conviene resolver.
- Discursos mesiánicos y exaltación verbal.
- Identificación con el Estado o la Nación.
- Desprecio a las reconvenciones y las críticas.
- Exagerada fe en sí mismo. El sujeto sólo se siente responsable ante Dios o ante la Historia.
- Muestras evidentes de irreflexión.
- Progresiva pérdida de contacto con la realidad.
- Absoluto desprecio hacia el coste de sus propias decisiones.
Dos factores externos acrecientan el riesgo de caer en la hybris: 1. La facilidad con la que se han conseguido los éxitos anteriores (fe ciega en la suerte) y 2. El tiempo en el poder aumenta exponencialmente el riesgo de caer en el síndrome.
Los dos citados no están locos, pero hybris tienen para exportar.