EL DESBORDAMIENTO DEMOCRÁTICO


 “El desbordamiento democrático” del que siempre habla Joseba Eguíbar ha servido para echar del carro a Josu Jon Imaz y plantear un referéndum sobre el “derecho a decidir”, es decir, sobre la autodeterminación, aunque sin poner fecha. Por su parte, Carod Rovira –que sí le pone fecha- asegura que el año 2014 habrá llegado en Cataluña el momento de celebrar un referéndum sobre la independencia.
El mismo día en que los del PNV disparaban por elevación contra el texto constitucional, los nacionalistas catalanes y sus apoyos sobrevenidos hacían votos por la ya próxima Nación catalana que “será una nación reconocida no sólo en el preámbulo de su Estatuto, sino también en la Constitución de su propio Estado” (Pascual Maragall dixit). Mientras los líderes catalanistas se dedicaban con entusiasmo a la afirmación nacional-ista y a otros disparates, el selecto y escaso público, los palmeros allí reunidos expresaban sus iras abucheando, por orden de intensidad: al PP, al Real Club Deportivo Español y a José Montilla.
A la vista de estas actitudes –absolutamente descaradas y que dibujan un panorama desolador- cabe preguntarse: ¿para qué han servido las reformas estatutarias puestas en marcha al socaire de la “España plural”? Nadie tendrá ya la menor duda de que no han servido para atemperar los ánimos separatistas de quienes sostienen, por ejemplo, que Cataluña “ha definido una lengua y una cultura” y que Cataluña –como si fuera Dios- “ha modelado un paisaje”. Una Cataluña idéntica a sí misma, a-histórica, esencial y siempre agraviada por España.
Como bien se ve, “el desbordamiento democrático”, propuesto por quienes consideran que la Constitución es un papel mojado, consiste en ciscarse en ella cada lunes y cada martes. Mas, para quienes consideramos que la Constitución –fruto de un pacto político que los nacionalistas no parecen dispuestos a mantener- es la garante de la convivencia democrática, tales desbordamientos sólo tienen un referente- tan añejo como detestable-: el desbordamiento que inició Mussolini el 27 de octubre de 1922, al convocar la Marcha sobre Roma.

 

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