El señor Goirigolzarri, Don José Ignacio, de 55 años de edad, ha sido jubilado de su cargo en el BBVA y recibirá una jubilación de 8.000 euros al día, mientras que los del común y “pensión máxima” perciben 2.000 euros al mes, es decir, que D. José Ignacio gana 120 veces más que un jubilado con la pensión máxima (los políticos hablan de que van a subir las pensiones mínimas, pero jamás nos cuentan a cuánto asciende la pensión máxima).
Aun siendo la “pensión” del señor Goirigolzarri moral, social y económicamente impresentable, no es ello lo más relevante. Lo son mucho más los sueldos que estos ejecutivos (y bien se ve que son prescindibles) se ponen a sí mismos cuando están en “activo” por cuenta de las empresas que dirigen y, a veces, expolian. Sueldos, bonus, y otras gabelas que, a menudo, multiplican por más de 1.000 el salario mínimo.
No se trata de capitalistas ni de asalariados propiamente dichos, sino que constituyen una oligarquía de privilegiados a la cual no se accede por mérito o por capacidad, ni siquiera por herencia. Se sientan en el banquete porque sí, por amistad u obsecuencia, pues el sistema de acceso no es otro que el viejo y desprestigiado método de la cooptación… y cuando hay cooptación, ya se sabe que acaba oliendo a naftalina.
Desde luego, no son los accionistas quienes eligen a estos ejecutivos mediante votación o a través de pruebas objetivas; sus padrinos en tan particular bautismo son –exclusivamente- quienes ya alcanzaron el poder y la gloria mediante idéntico procedimiento digital.
A la vista de estos escandalosos datos, el sistema capitalista tiene que hacérselo mirar y le convendría ir pensando en un método de promoción, no diré que justo, pero sí menos chirriante, porque la cosa produce, sí, rechazos éticos, pero también estéticos.