El cierre de la central nuclear de Santa María de Garoña se ha convertido en el paradigma que mejor describe los trabajos y los días de esta segunda legislatura de Rodríguez Zapatero al frente del Ejecutivo. ¿Por qué?
Porque en esa decisión, la de cerrar la central siete años antes de que concluya la vida segura que le había otorgado el Consejo de Seguridad Nuclear, han confluido muchas de las contradicciones que lleva en la mochila el Gobierno de ZP. En primerísimo lugar, la que existe entre, por un lado, la ideología “progre” -que no progresista-, que encarna el Presidente del Gobierno y, por otro, la tozuda realidad.
Una ideología, la “progre”, cuyas expresiones más conspicuas nacen de movimientos utópicos y parciales (ecologismo, feminismo…); movimientos e ideas que ZP ha introducido –sin depuración previa- en el Estado… y esa ideología exigía el cierre inmediato de la mentada central… pero chocó de frente con la pérdida de miles de puestos de trabajo y la eliminación de una fuente de energía limpia que este país no puede permitirse. A ello se han unido multitud de opiniones contrarias al cierre, en las que ha coincidido mucha gente sensata, incluido el ex – presidente Felipe González.
Contrariando sus íntimos impulsos, que –sin duda- le empujaban a cerrar la planta, ZP ha tomado una decisión salomónica con la cual, queriendo contentar a todos, ha desairado a tirios y a troyanos. Y ahora, para intentar arreglarlo, se saca de la manga una ley-testamento (en la España de ZP cada problema se soluciona con una ley) mediante la cual pretende mantener esta decisión más allá de la presente legislatura. Pero las cosas están claras: si ZP gana las próximas generales cerrará Garoña, y si las pierde la central seguirá abierta, con o sin ley-testamento.