LA VERDAD INCÓMODA

 

La ínclita, ubérrima e impagable Almudena Grandes escribe en El País del último lunes y en defensa de la II República que “los alumnos de la ESO deberían saber que los progresistas de entonces defendieron (durante la II República) sus posiciones con argumentos que ellos mismos (los alumnos) considerarían el abecé del Estado de derecho. Y que los golpistas del 36 empezaron a conspirar contra palabras como democracia, libertad, justicia o igualdad el 15 de abril de 1931”.
La señora Grandes nos da, como acostumbra, una visión idílica de lo que fueron aquellos años previos a la matanza. ¿Quiénes eran -según esta señora- “los progresistas de entonces”? ¿Sus amigos del PCE, como Pasionaria, actuando bajo la paternal mirada de Stalin o los amables libertarios de la FAI, Buenaventura Durruti, los hermanos Ascaso o García Oliver?
Se sabe –porque ella lo confiesa-que la señora Grandes apenas lee (“para no contaminar mi propio estilo”, eso dice) y la verdad es que se nota. Aun así, me atrevo a recomendarle un libro escrito por un puñado de jóvenes historiadores bajo el título “Palabras como puños” que acaba de publicar Tecnos.
El panorama republicano que estos académicos describen anunciaba ya lo peor y los autores no exoneran de responsabilidad a quienes hicieron entonces de su actividad política un juego peligroso. Unos, incendiando iglesias, levantándose en armas cada lunes y cada martes en pos “del comunismo libertario” o creyéndose los “lenines españoles”, dispuestos a tomar el “palacio de invierno” y otros, los señoritos falangistas, predicando el uso de los puños y de las pistolas o una derecha antirrepublicana con un ojo puesto en la “Acción francesa” y el otro en la Austria de Dollfuss, cuando no en la Roma de Mussolini. Y, al fondo, una Iglesia y un Ejército anclados en sus respectivos pasados, integrista ella y africanista él.
¿Cómo iba a consolidarse en aquella España una Democracia moderna si la mayor parte de los políticos que se sentaban en las Cortes la detestaban?

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