Mi última entrega, sobre el peligro de la demagogia, ha levantado –como debe ser- división de opiniones. Hoy me voy a ratificar con mano ajena. Se trata del resumen de un artículo de Fernando Savater publicado en Círculo Cívico de Opinión.
»Las épocas de crisis, tanto más si son de proporciones cercanas a lo catastrófico, favorecen la aparición de predicadores y profetas. Qué digo favorecen: ¡los exigen! Maltratados, atemorizados y empobrecidos, la mayoría de los ciudadanos se sienten como esos pacientes a los que se diagnostica una enfermedad reputada casi incurable y que renuncian a los cuidados de la medicina oficial para entregarse a curanderos, herboristas y chamanes, cuando no vuelven fervorosamente a la fe desatendida.
»En estos momentos de crisis, en los que todas las propuestas de remedio parecen tardías o ineficaces, la tentación retórica es abandonar todo lo construido para empezar de nuevo. Las políticos son un fraude, los mercados son un fraude aún mayor, el parlamento es una cueva de bribones y vendidos, la democracia es un entramado de cortapisas legales para proteger los intereses de los poderosos, etc. Es el momento de romper la baraja… De modo que es preferible dejar de ser ciudadanos y convertirnos colectivamente en pueblo, porque el pueblo ya no necesita análisis, sino nobles sentimientos: el pueblo engañado, ofendido, maltratado, pero instintivamente justiciero, que habla con una sola voz y no se traba con zarandajas legales para recobrar lo que le es debido, caiga quien caiga y lo que caiga…
»Volver al pueblo y al populismo sólo sirve —en el mejor de los casos– para desahogar frustraciones y —en el peor— para buscar chivos expiatorios. Pero los remedios para lo que parece a corto plazo irremediable no pueden venir más que de la paciencia activa del ejercicio ciudadano. Y para formar e instruir a los ciudadanos son poco eficaces las arengas a los somatenes: es preciso volver a la educación.
»Resumiré mi impresión general diciendo que el vicio de la educación en España durante las tres últimas décadas es haber fomentado la formación no de ciudadanos responsables sino de acendrados burgueses… Me refiero sobre todo a la definición que ofrece el pensador colombiano Nicolás Gómez Dávila: “burguesía es todo conjunto de individuos inconformes con lo que tienen y satisfechos con lo que son”.
»A mi entender, uno de los motivos de este aburguesamiento educativo es la puesta de la escuela al servicio de una interpretación balcanizante y neocaciquil de las autonomías. Lo que se imaginó como una descentralización que agilizaría la gestión regional y consolidaría el efectivo pluralismo del país se ha convertido en la multiplicación contrapuesta de miniestatismos que abogan por la diversidad hacia afuera y el monolitismo hacia adentro…
»Ello se acompaña de una mitificación de las señas de identidad regionales, realistas o ilusorias, que fomentan la vanidad de lo que distingue del vecino pero desprecian lo que vincula al conjunto nacional…
»Elementos fundamentales de vertebración y promoción laboral extralocal como la lengua común (que resulta ser además, en el caso del español, una de las más habladas del mundo y cuyo respeto no excluye el de las otras lenguas oficiales) son menospreciados educativamente, con la cínica complicidad de intelectuales no nacionalistas que se encogen de hombros para no crearse problemas y fustigan a quien los denuncia…
»Combatir estas corruptelas es complicado, porque exige la audacia de contrariar a los jóvenes, que es el primer requisito para poder educarles. Y también porque impone replantearse muchas ideas e instituciones, nacidas con la mejor intención, pero muy desviadas de su sentido originario. A veces progresar supone desandar caminos erróneos, no acelerar por ellos con la vana esperanza de que desemboquen en algún paraíso inesperado…