“Se veía venir”. Esta manida frase está siendo la más usada por políticos y comentaristas tras el comunicado con el que ETA ha puesto fin a un presunto “alto al fuego permanente” que, por cierto, ya había roto en diciembre del año pasado. Mas, a decir verdad, ni el PSOE podrá alegar esa clarividencia, la de “verlas llegar”, y, mucho menos, el PP, pues, en efecto, alguien que veía venir la ruptura de ETA no hubiera hecho múltiples declaraciones acusando al Gobierno de haber pactado con los terroristas no se sabe cuántas cosas.
Quien haya pensado –en sentencia muy española- “esto lo arreglo yo”, simplemente, ha cometido un grueso error. Convendría hacerle algún caso a De Gaulle, que algo sabía de política: “Es propio de ilusos pensar que todos los problemas tienen solución”… al menos a corto plazo, añado yo.
ETA ha dejado claro que los gestos del Gobierno -por ejemplo, dejando abierta la puerta a esa bandera de conveniencia de Batasuna llamada ANV o salvando como ha podido el embrollo judicial montado en torno a Ignacio de Juana- no han sido atendidos por los terroristas y, además, se lo han tomado muy a mal. Por eso han dedicado unas cuantas lindezas al Presidente del Gobierno y, de paso, al PNV.
“Las máscaras han caído –dicen los etarras-. El talante de Zapatero se ha convertido en el fascismo que niega sus derechos a partidos y ciudadanos. Pero no son los únicos. También se les ha caído la tapadera a los dirigentes del PNV, cuyas ansias de riqueza son insaciables…”.
Estamos, pues, en el mismo sitio en el que estábamos antes de la tregua, pero –es de esperar- con algunas convicciones reforzadas y en condiciones de retomar consensos que siempre fueron imprescindibles. Por ello y sin pretender emular al doctor Pangloss -el de “todo va bien en el mejor de los mundos posibles”-, me acojo a una vieja sentencia castellana según la cual “no hay mal que por bien no venga”. Porque podemos aprovechar el viaje para reafirmar diagnósticos y reforzar principios, nuestros principios democráticos.
Estamos, en efecto, ante un grupo de fanáticos, de asesinos, de psicópatas que cubren sus miserables actos con sentimientos, aparentemente políticos, de carácter identitario y, conviene saberlo, este tipo de activistas no conoce el gradualismo. Su único programa es siempre el programa máximo: “ETA se posiciona a favor del proceso de liberación de este pueblo, un proceso cuyo fin, sin lugar a dudas, será un Estado independiente denominado Euskal Herria”, y, claro está, con Navarra y tres provincias francesas dentro. Este es su delirante programa máximo y, ya se sabe, los programas máximos son innegociables. Por lo tanto, no hay nada que negociar con ellos ni con sus valedores, los batasunos.
Sólo su desesperanza –incluso su desesperación- les permitirá entrar en razón y avenirse a la única paz posible, la que pasa primero por la entrega de sus armas, por la renuncia definitiva a la violencia.
Empero, debemos ser optimistas, porque ellos saben, como lo sabemos nosotros, que no corren buenos vientos para la supervivencia del terrorismo en España. Cuando los islamistas fanáticos de Bin Laden derribaron las torres gemelas en Manhattan, éstas no cayeron sólo sobre las pobres gentes que allí trabajaban; algunos cascotes fueron a dar también sobre las cabezas de los etarras. Proscritos en todo el planeta, sin poder disponer de las tierras de acogida que tuvieron antaño, con todos los servicios de información y todas las policías pisándoles los talones, a los terroristas vascos se les ha puesto la vida muy difícil.
Por otro lado y en el plano político, la declaración etarra –locoide, sí, pero clarísima- permite plantearse un nuevo pacto de Estado que puede y debe incluir al PNV. Un PNV que ha declarado estar dispuesto a ello, un PNV que parece haber abandonado hoy muchas de las ambigüedades de antaño.
El comunicado de ETA -pese a que estos tarados se arrogan el ridículo papel del Gran Arquitecto de la Patria Vasca, que ellos llaman Euskal Herria (“Euskal Herria quiere dar los pasos para superar la actual división institucional y construir un Estado independiente”)-, resulta clarificador en el actual contexto político. Una clarificación que ya se echaba en falta. Por eso Rodríguez Zapatero puede expresar hoy mejor que ayer una esperanza y un deseo: “Tengo la esperanza de que ante el anuncio de ETA el respaldo de los grupos políticos sea unánime. Me esforzaré para lograrlo porque eso es lo que quiere la mayoría de los españoles y lo que necesita la mayoría de nuestro pueblo”.
En cualquier caso -sea o no sea viable a corto plazo un nuevo pacto de Estado contra el terrorismo-, parece claro que el terrorismo y los terroristas –junto a sus ensoñaciones y locuras- van a salir, por fin, del debate político, y si se quedan será en términos tan inútiles como residuales: los de bombardear al adversario con reproches sobre el pasado que, como todo el mundo sabe, ya no tiene arreglo.