Ilustración de Irene Silva
Laffer sacó un bolígrafo del bolsillo y se puso a explicarle –mediante un gráfico sobre una servilleta de papel- a Ronald Reagan (otros dicen que a Dick Cheney) cómo se podían bajar los impuestos y, a la vez, subir las recaudaciones fiscales. Laffer no sabía entonces que estaba inaugurando una nueva era: la de los milagros económicos. Milagros que tienen sólo un inconveniente: duran lo que duran las campañas electorales. Y poco ha importado que Reagan llevara el déficit público hasta unas cotas que nunca antes se habían alcanzado, la milagrería sigue impertérrita, quizá por eso la servilleta de papel sobre la cual Laffer dibujó su famosa U invertida se guarda como oro en paño en el Booking Institution de Washington.
En efecto, aquí y acullá, cuando los partidos calientan los motores anunciando sus programas, los milagros lafferianos surgen por doquier y ya sean de izquierda o de derecha, todos prometen lo mismo: subir las prestaciones sociales y bajar los impuestos. Cosas, en principio, incompatibles fuera del mundo de la ficción lafferiana.
¿Pero alguien cree en estos milagros? Probablemente no, pero esa incredulidad,que vuelve estéril el debate político, sirve para que los publicitarios, que son los verdaderos dueños de la actuación electoral, lleven el ascua del debate a su sardina, que es la imagen, ésa que, según ellos, vale más que mil palabras. La imagen, sí, y la trivialidad que siempre la acompaña, también.