Colas

-María, ¿me puedes venir a buscar al aeropuerto? –preguntó el hombre a través del móvil-. Es que he vuelto a perder el avión.
-Pero ¿a qué hora salía? –quiso saber ella.
-A las nueve de la mañana…
-Pero si has salido de casa a las seis y media y tenías el taxi en la puerta…
-Sí, pero no sabes cómo estaba la M-30. Una tortura, pero lo peor empezó cuando, hora y media más tarde, a las ocho, pagué el taxi y entré en el aeropuerto. En la agencia de viajes me habían dado el billete y, también, la tarjeta de embarque. Hice la cola (10 minutos) para pasar el control de seguridad donde detectaron un corta-uñas en el necessaire (15 minutos más de trámites), luego la espera ante la puerta de salida y, al fin, a las nueve menos veinte, la penúltima cola antes de pasar el control de tarjetas de embarque y allí, sin previo aviso, se me negó el acceso al avión porque, según los sabuesos de Iberia, ahora hay que revalidar las tarjetas de embarque en el mostrador de equipajes, lleves o no maletas. Vamos, que habían vendido dos veces mi asiento. Monté el pollo, pero de nada me sirvió. Retrocedí hasta la entrada del aeropuerto, pero cuando llegué, sudando, ante el mostrador de Iberia… “se acaba de cerrar el vuelo”, me dijo, con displicencia, la joven que “atendía” allí el servicio. Me desesperé y decidí presentar un escrito de reclamaciones…
-Vale ya, cariño –cortó la mujer-. No llores más, cálmate, que te va a dar algo. Ahora mismo voy a buscarte, te traigo a casa y te preparo una tila.

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