Según los reglamentos europeos en vigor, a finales de marzo de cada año todos los países deben dar sus datos provisionales de déficit y deuda del año anterior, y al final de septiembre los datos definitivos. Eso es lo que harán todos los países este año… menos España, que ha preferido llamar ahora la atención. Para más inri, el Ministerio de Hacienda lo justificaba escribiendo que a partir de ahora “no habrá facturas ocultas en los cajones” (sic), términos novedosos par un documento administrativo que llegará a la UE. (¡Pobres traductores!).
¿Por qué se rectifica a destiempo, precisamente en una semana negra? Y es que la semana de Bankia (14-20 de mayo) ha sido de traca:
Como todo nos iba bien en la prensa británica, le hicimos un feo a la reina Isabel, indicando a Dª Sofía que no asistiera al jubileo del 60 aniversario. Basta leer el Times del día siguiente para enterarse de lo que valen Gibraltar… y un peine.
Como no existían dudas acerca del sistema financiero español, se intervino de un plumazo una entidad que vale, aproximadamente, el 30% del PIB, sin saber qué se iba a hacer con ella… y así durante días y días. Y –ya de paso- se pidieron unas valoraciones externas de los bancos españoles, dejando al Banco de España, literalmente, con el culo al aire. Para acabarlo de arreglar, la “solución” para Bankia se consensuó con los presidentes de la competencia (BBVA y Santander)… que, como es obvio, no quieren lo mejor para Bankia sino lo mejor para ellos.
Lo dicho: que los cristianos de Constantinopla discutiendo del sexo de los ángeles mientras los turcos tomaban la ciudad o las liebres de la fábula enredadas en dilucidar si eran galgos o podencos, son minucias frente a Montoro y De Guindos que, mientras el país se tambalea, dedican sus mejores esfuerzos a meterle el dedo en el ojo a quien se les pone por delante.