La Historia y la morcilla
de mi pueblo
se hacen las dos con sangre
y se repiten
Ángel González
El Papa ha asegurado hace pocos días que “el ateísmo es responsable de los desastres del siglo”, lo cual quiere decir, supongo, que los ateos matan más y con más saña que los creyentes. Sin embargo, bastaría, con abrir cualquier periódico para poder afirmar lo contrario: mata más quien más cree (en Dios o en otros ideales). En efecto, la historia de la intolerancia es abrumadora y, en buena parte, es hija del monoteísmo.
Se ha dicho (Donoso Cortés) que “la verdad no puede convivir con el error” y también se ha dicho (Simone de Beauvoir) que” la verdad es una y el error es múltiple. Por eso la izquierda es única y la derecha es plural”. Como se ve, son dos formas de expresar la misma intolerante necedad.
La historia premoderna estuvo llena de carnicerías a impulsos de profetas –ya fueran de Yahvé, ya de Alá- que se dedicaron a predicar la guerra santa contra el infiel, a tramar exterminios y cruzadas o a quemar a las gentes para salvar sus almas.
Añosas degollinas atiborradas de ideales religiosos poblaron Occidente… pero la cosa no mejoró ni con la guillotina de Robespierre ni con esos hijos descarriados de la Ilustración, que se llamaron Stalin o Hitler, por citar a dos de los asesinos más notables. Desgraciadamente, la modernidad tiene el privilegio de haber innovado es este campo… los proyectos de eliminación de poblaciones enteras, los genocidios por motivos raciales, étnicos o ideológicos son recientes. Es más, como algunos sociólogos se han encargado de señalar, el genocidio tiene un extraño origen democrático y sólo ocurre cuando el ethos nacional se impone al demos plural, entonces la matanza está servida….
“Pero ésa no es una democracia liberal”, oigo ya decir a mis matizadores… y quizá tengan razón, mas nadie podrá negar que -desde Locke y Kant hasta Jefferson- fueron muchos los “liberales” que defendieron con pasión el racismo y el colonialismo y además aseguraron durante mucho tiempo que los obreros, al no ser capaces de obtener un mínimo de riqueza en el mercado, al no servir para ganarse adecuadamente la vida demostraban no tener ni juicio ni capacidad para ejercer ningún derecho político.
Parecería, pues, que hemos hecho un largo viaje hacia el “progreso” para seguir matando por ideales –tan firmes como confusos-, se llamen éstos Dios o la Nación. El monje que en nombre de Dios aplicó la tea para encender la hoguera que abrasó en la Plaza de las Flores a Giordano Bruno es hermano gemelo de quienes estrellaron los aviones contra las torres de Manhattan y también de los asesinos del IRA (auténtico, claro) que mataron ayer a tres personas en Irlanda o del etarra (más auténtico si cabe) que está deseando llevarse algún “español” por delante en nombre de su patria. Patrias chiquitas, pero matonas.